Jacobo Borges, es quizás el pintor venezolano vivo más representativo del arte en nuestro país. Su obra lo ha llevado a vivir en diferentes países pero siempre ha mantenido su casa en Caracas con vista al Ávila.
Ayer tuve la fortuna de escuchar al maestro, contar anécdotas de su vida y su proceso creativo. Conocerlo fue un lujo reconfortante. Comparto con ustedes un cuento de su infancia que nos hace reflexionar sobre el instinto en los niños.
“Desde los 4 años ya yo sabía que quería ser pintor.
A esa edad, mis padres me llevaron a un kínder que quedaba cerca de la casa, en Catia. Cuando llegué, la maestra nos dijo que pintáramos un barco. Todos los niños hicieron el tradicional barquito con vela de triángulo y cuerpo de medio círculo, pero hubo uno que me maravilló. Un niñito que estaba al lado mío, lo había hecho con unos colores bellísimos y brillantes. Yo le pedí que me lo regalara y él me dijo que no porque seguramente yo lo quería para decir que yo lo había hecho. Aquello me pareció terrible y más aún cuando en el recreo, todos los niños comentaban que yo quería aquel dibujo para decir que yo lo había pintado.
Así pasaron 30 años y ya yo era pintor.
Un día, caminando por la calle me cruzo con un Guardia Nacional que me saluda y me pregunta -Jacobo, ¿no te acuerdas de mí?- Honestamente yo no sabía quién era hasta que él lo aclaró:
- Yo soy el niñito que pintó el barco en el kínder. A ti te gustó y me lo pediste para decir que era tuyo.
Así recordé la historia y cuando nos despedimos me pregunté ¿qué habría pasado en la vida de ese niño que iba a ser pintor y terminó siendo Guardia Nacional? ¿En qué momento se había perdido su verdadera esencia?”
Apoyar las destrezas de nuestros hijos no siempre es tarea fácil. Especialmente cuando éstas, son muy diferentes de lo esperado en el sistema educativo actual. Constantemente debemos preguntarnos si queremos criar niños buenos, o niños felices.
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