Generalmente
los padres que tomamos la decisión de emigrar lo hacemos pensando en poder
ofrecerles a nuestros hijos una mejor calidad
de vida, e iniciamos ese proceso convencidos de que los niños se adaptarán
rápido a los cambios. Sin embargo, éstos definitivamente los afectan y no
debemos subestimar el impacto que pueden llegar a tener en sus emociones.
Cuando decidimos
irnos a Canadá, mi esposo y yo sabíamos que el deseo de establecernos en otro
país era una inquietud absolutamente nuestra. Por el contrario, nuestra hija Sofía (de 8
años), parecía estar cómoda en su entorno, rodeada de todo lo que necesitaba
para ser feliz: su familia, un lugar para vivir, su cuarto, sus juguetes, un
buen colegio, sus amigos... Mudarnos de Venezuela significaba apartarla de su
mundo conocido y llevarla a otro, completamente nuevo.
Nos empezamos
a preguntar: ¿Qué debíamos hacer para que tuviera una percepción positiva de
ese cambio? ¿Cómo lograr que la transición fuera más fácil para ella?
Muchas
opiniones coinciden en que hay que comenzar a hablarles a los niños sobre el proceso de emigración lo antes posible
y de forma gradual. Durante el tiempo que esperamos por nuestras visas, le
mencionábamos a Sofía de vez en cuando lo bonito que sería viajar a otros
países e incluso vivir en alguno de ellos. Poco a poco fuimos mostrándole
nuestro interés por Canadá y empezamos a hablarle más seguido sobre sus
paisajes y su cultura. Para no crearle una ansiedad anticipada, preferimos no
mencionarle la mudanza definitiva hasta no tener la visa aprobada y una fecha para
partir.
Cuando llegó
ese momento, le explicamos de manera sencilla porqué pensábamos que emigrar era
necesario para nuestra familia. La animamos a expresar su opinión al respecto y
respondimos a cada una de sus inquietudes con la mayor comprensión y empatía,
evitando transmitirle nuestras propias preocupaciones. También comenzamos a
involucrarla mucho más en el tema, investigando juntos sobre Canadá en
internet. Buscamos un mapa de la ciudad donde viviríamos y marcamos los sitios
que sabíamos que podían gustarle, como los parques, los museos y el zoológico. Resaltamos
en todo momento los beneficios que tendríamos al mudarnos allí, haciendo
énfasis en las cosas nuevas que ahora podríamos hacer: ir a los parques a jugar
y respirar aire puro, hacer picnics junto a un lago y ver las flores en
primavera. Caminar tranquilos por la calle, y hasta cumplir su sueño de ir al
colegio en bicicleta...
Se sintió
importante cuando dejamos que participara de la planificación, asignándole
pequeñas tareas, como elegir su maleta y decidir los juguetes que se llevaría.
Estaba tan entusiasmada, que hasta pidió que le marcáramos en el calendario la
fecha del viaje, ¡para comenzar a organizar su despedida con los amiguitos del
colegio!
Durante todo
el proceso tratamos de mostrarnos muy positivos, evitando transmitirle la
ansiedad típica que como adultos sentíamos ante un cambio de tal magnitud. Al
final, ver a Sofía contenta y tomándose con naturalidad todo el asunto, nos reafirmó
que estábamos haciendo lo correcto. Entendimos que como padres teníamos el
compromiso de hacer de la emigración una experiencia maravillosa para ella, y
me atrevo a decir que lo logramos.
Después de
diez meses de nuestra mudanza fuera del país, saber que nuestra hija está
completamente adaptada a su nuevo entorno, que se siente feliz y segura, eso es
para nosotros calidad de vida.
Karla
Aguirre
Mamá de
Sofía
@YoEncantada
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