Reflexiono en la
forma cómo debía abordar este tema sin herir sensibilidades y sin atacar
posturas (jamás será mi intención) y noto cómo nos enredamos en direcciones peliagudas creadas por la disyuntiva de
creer o no creer.
Nosotros,
los papás de Paula, no nos hemos detenido a pensar en la idea de
"transmitir" una religión a nuestra hija. ¿La razón? Es que nos
cuesta tanto trabajo a nosotros mismos comprender la idea de Religión. Por un lado está
nuestra propia visión: Sí, hay un orden que equilibra este universo, existe el
bien y el mal, pero están combinados en un equilibrio constante. Y por el otro
lado están las costumbres religiosas: esas que vienen de generación tras
generación.
No se puede
llevar a la práctica una “Autonomía
Moral”; decidimos como actuar y somos responsables de las
consecuencias agradables y no tan agradables.
La idea de
espiritualidad se evidencia, se manifiesta en cada uno de nosotros mismos; está
dentro, no fuera: en el destello que se palpa en nuestras entrañas cuando
abrazamos, cuando sonreímos, cuando somos altruistas, desprendidos, cuando
somos generosos desinteresadamente, cuando contribuimos con este mundo, a que
sea un mejor hogar para todos los que vivimos en él. Somos imperfectos. De todo lo que hay que aprender en la vida
no veo lugar para la culpa, para el miedo al castigo, y no le veo sentido. Es
justo para nuestros hijos tener la libertad de crearse su propia opinión de la
vida, que esperamos sea basándose en la sana convivencia y en el respeto por sí
misma y los demás. ¿No es lo que todos buscamos para ellos?
Creo que los valores y virtudes no son exclusividad de ésta o aquella religión; más bien considero que son
producto de nuestra naturaleza humana. Así que para apelar a éstos nadie que
sea humano debería necesitar ninguna religión específica. Lo que sí realmente
es vital es el amor. Y de esto nos sobra para con nuestros hijos.
Un niño necesita saber simplemente qué es lo que está bien y
qué es lo que está mal, recibir una
formación en valores que principalmente está dada por el ejemplo de los padres.
El respeto y demás valores (autoestima,
autoconocimiento, autoimagen…) son aprendidos por el niño en proporción a la
libertad que éste tenga de conocerse, de reconocerse, incluso de expresar su
opinión dentro de su núcleo familiar y dentro de la sociedad que representa.
La satisfacción personal y darse con y para los demás, no lo alecciona una religión en particular. Esto
hace parte de un aprendizaje natural del niño (sin estereotipos preconcebidos),
éste que adquiere a través de sus relaciones con otros, con su familia, en su
colegio y con todo lo que le rodea. Nos relacionamos unos con otros y eso
trasciende en nuestra propia evolución como personas y en nuestra propia espiritualidad. Cuanto más y mejor nos
relacionemos, de esa misma forma nos conoceremos y así con los que nos
relacionamos, sus necesidades y sus pensamientos y cuanto menos condicionados estemos
por prejuicios, mucho mejor para nuestra humanidad.
Tamara
Mamá
de Paula
@tamaraporque
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