Con frecuencia escucho a mamás decir “es que está muy malcriado@” o “no seas malcriad@” como si la crianza del niñ@ fuera responsabilidad exclusiva de él o de ella misma. La propia palabra nos da luces del problema. Una malacrianza, que usualmente se refiere a conductas agresivas, groseras y desobedientes, no es más que una falla en la educación que como padres, damos a nuestros hijos. Es decir, una mala crianza.
Suelo insistir en una premisa que nos facilita la vida a los adultos: toda conducta es reflejo de un sentimiento. Si indagamos más allá de la acción, bien sea pataleta, gritos, groserías; con seguridad encontraremos la causa de dicho comportamiento. Por eso, es fundamental enseñar a los niños a identificar y verbalizar sus emociones. Esto se hace desde que nacen y aunque todavía no hablan, nosotros mismos les decimos frases como: “sé que estás triste porque ya es hora de dormir y quieres seguir jugando”. De esta manera los estamos enseñando que sus sentimientos son válidos, que se pueden identificar y que además, se pueden nombrar.
Pensemos por un momento que ese niño “malcriado” somos nosotros mismos que estamos pasando por un momento incómodo y no sabemos cómo salir de él o cómo ver el arcoíris detrás de la lluvia. Esta empatía con nuestros pequeños, nos permitirá ser sus guías para encontrar la calma y no sus jueces.
Si algún hijo pasa por un momento de “malcriadez”, los invito a acompañarlo, esperar que se calme y luego, hablar con él e irlo llevando de la mano hasta que logre expresar su incomodidad. Este ejercicio le proporcionará un alivio inmediato al niño y le dará pautas a usted para reconfortarlo en su sentimiento.
No es fácil ver a un hijo pasando por un mal momento, pero son estas situaciones, las que nos brindan la oportunidad de demostrarles amor, empatía y acompañamiento.
Publicado en Código Venezuela
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